Surge en un presente remoto a un futuro aún más extraño. Canela comienza el diario. Tan verdadero como mentiroso. Verdaderamente en falso.
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cosas sueltas de lunes.

Lunes, 28 de Noviembre de 2011.
Querido diario:
Pasó algo. Si. Pero no voy a decirte qué pasó porque sino eliminaría el encanto de lo que es. Pero nadie sabe bien qué es. ¿Entonces qué pasó? Eso. Eso de lo que tanto tiempo te estuve hablando y hablando. Pasó. No vale la pena que me ponga a hablarlo. Sólo quería que lo sepas. No dejamos de hablar absolutamente nada, ¿no?
Era un juego complicado en donde las palabras se hacen sólo un murmullo. En donde las letras se olvidan y comienzan a desaparecer en el silencio. Hay días que debería quedarme callada para seguir. Hay días que debería gritar para parar. El problema es que no sé cuándo hacer cada cosa. No hay manuales escritos para estos momentos.

(te quiero (punto y aparte))

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medio limon.

Miércoles, 9 de noviembre de 2011.
Querido Diario:
Siendo la 1 y 51 minutos. No sé por qué me acordé de cierta película mala. No sé bien porqué recordé una que otra cosa más. 
Acabo de tener una pequeña, no sé cómo llamarla... nostalgia? Me puse a pensar qué hubiese sido si ese día de cine no hubiese sido lo que fue. Si ese día no hubiera caminado un poco incomoda, un poco tranquila, un poco no sé cómo esas tantas cuadras. Esos pasos en donde nos contamos alguna que otras cosa. Sólo una pizca de lo que eramos (somos?) De esa vez jugando al futbol, de mí, de vos (de ti). Qué hubiera pasado si la película que íbamos a ver en un principio, sí hubiera estado. Qué hubiera pasado si no estaba en cartel la de las lineas en el cielo. Qué hubiera pasado si elegía(mos) la otra.
Por ahí existe algo llamado destino (o lo que sea) y hace que dos personas deban encontrarse en el camino. Por ahí no hay nada de nada. Y no nos hubiéramos hecho uno la mitad del otro.
Podemos darle un inicio. Todo comenzó caminando un par de cuadras hasta el subte y la parada del colectivo. Seguimos por acompañarnos un par de cuadras más. Un día, nos fuimos a la casa de otro "amigo" en el tren ese que él no quería ir (porque él tiene esas cosas: se había prometido no ir más abajo de la linea celeste). Lo arrastré a la noche en vela, al bafici, a cualquier evento cultural que esté al alcance. A un bar que acaba de cambiar de nombre. Me enseñó a cocinar cosas que nunca había hecho. ¡Comimos tantas cosas! 
Y pensar que el primer día (uno, no recuerdo si el primero) él se sentó a mi lado y yo no le entendía nada... y nos empezamos a entender al tiempo recién. O mejor dicho, yo le empecé a entender. Tengo ciertos problemas con los acentos...  Y esa película es como el puntapié inicial para comenzar a reírnos de las cosas más tontas. De ponernos serios de vez en cuando. Nos contamos muchas cosas. Muy de a poco comenzamos a hablarnos y contarnos. Hicieron falta muchos cafés, muchas cervezas, muchas noches tirados para terminar de contarnos hasta las mínimas de las mentiras.
Él es una caja de sorpresas. De esas cajas que día a día conoces y te fascina más y más.
Él se esconde detrás de una máscara de frases graciosas. De aire frío como hielo. Se esconde y no dice nada. Y lo mejor es no atormentarlo (¡Cómo cuesta a veces!). Con el tiempo uno aprende que hay que dejarlo ser... y al rato viene tranquilo a pedirte ayuda. A pedirte que lo oigas. 
Lo atormenté con muchas palabras.
Me mato con otras. 
Me sorprendió con más de las que él cree.
Es de esas personas que raramente dicen "perdón". Es de esas personas que vienen y con una abrazo, con una sonrisa, con un mensaje. Con un frase, demuestra que se dio cuenta.  Con una mirada medio perdida. Con la voz baja y la cabeza gacha, camina pateando el piso. Por eso, es una de esas persona que en el enojo nunca va a ceder. Y hay que pincharlo bastante para que se tranquilice y te vuelva a hablar. Es una de las personas con las cuales odio pelearme. 
Es una de las pocas personas que tienen el poder de sacarme. Me saca de la risa, de las cosquillas, de lo tierno, de la bronca, la desesperación, la tristeza y el enojo. Me vuelve loca cuando se pone mal, porque no hay forma de quitarle su "todo está mal". Me vuelve loca cuando me dice "que nena que sos", pero de (son)risa. Me pone a llorar su "estoy sólo, nadie me entiende". Me ponen colorada sus "Sos linda, ********"(#). 
Se duerme entre cuentos de medianoche. Él dice que es mi voz, la forma de contarlos. Yo digo que le aburren, pero él siempre quiere que le cuente otro.
Me conoce tanto como para darse cuenta de cosas antes que yo. Lo conozco tanto que la mitad del tiempo se que va a traer puesto. Lo conozco tanto que a veces puedo robarle una sonrisa en algún juego inventado. Me conoce de tal forma que si no me río con las cosquillas sabe que algo anda mal. 
Es un poco celoso y/o posesivo. En eso es como un hermano mayor que nunca tuve (bueno, menor, pero como es alto para mi es mayor). Un amigo que siempre va a decir que "ese hombre no es tu estilo".
Un niño en cuerpo de un hombre. Un dormilón. Un niño caprichoso ("si me compras un conito estoy mejor") al que me encanta cumplirle cada uno de sus caprichos (y mirá que él es el que me puso a mi, "caprichitos" de apodo).
Inventa diferentes teorías sobre todo lo que ocurre. Sobre el sueño, la ubicación en los asientos del cine, la del medio limón (porque le pongo la cara así de ácida). Lo saco todo el tiempo. Lo contradigo todo el tiempo y eso le molesta (pero últimamente me estoy portando mejor), discutimos más que nadie. No conoce la mitad de mis "caritas" pero sabe que cada una quiere decir algo. Y se preocupa hasta descifrarlas. 
Me pegó sus frases. Me hizo dar cuenta de miles de cosas. Me mira y me derrite. Me hace cosquillas y me muero de la risa. Me habla y lo odio y lo adoro al mismo tiempo. Me enseña cosas que no sé y me hace quedarme quietita y callada como cuando tenía 6 años y escuchaba a los grandes hablar.
Lo quiero. Y él lo sabe. Lo admiro. Por todo. Por lo que hace, por lo que hizo y lo que dejó de hacer, por lo que es. Es una parte muy importante de mi. Es mi otra mitad. Mi mitad más ácida y amarilla. 

natt

(#) no se revela apodo para proteger la identidad del autor.
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